Pedacito de juego dolido en el morir:
un carretillo hambriento, una desigualdad.
Bastoneás los atardeceres,
dejando sin rimas a una cuerda maldición.
Desempolvado oído de amaneceres,
cuchillos de telgopor.
Comparando una bella alegría de pestes
hago siempre un comercio de flor,
dejo abierta la mochila a las musas,
certifico un oficio de cantor,
revoleo el Septiembre sobre la lluvia
y no me acompaño a la estación.
¿Vendremos con un hilito de ira?,
¿o intentaremos dejar caer las caderas?.
"El mundo parecía aburrido sin tus golondrinas":
ahora me quiere aumentar los silencios,
las tizas,
los tal vez.
Habremos aparecido sin ántes mirarnos,
debemos haber corrido por la tormenta.
Ahora me escondo por la feria
para no encontrarme vistiendo guirnaldas,
porque ahora no me vuelco el pijamas
porque ahora ya no digo "hasta acá".
domingo, 31 de mayo de 2015
sábado, 2 de mayo de 2015
El pez que amaba la esvástica.
Sinceramente, él no bebía de la tristeza,
más bien humillaba a la tristeza
y le venía corriendo el ruido
que siempre estallaba en su disfraz.
Era pacífico, súper amable,
solía esperar al ciervo
sin más silencio que una mirada,
pero luego de la tormenta
abrazaba a las praderas
como un juego de naipes sin marcar.
El azar lo volvía maldito,
recetaba analgésicos,
sólo en medidas grandes,
para que los muertos no estuvieran tan solos.
Abogaba la falsa maleza del suelo,
comía de los microbios,
olía a hueso sin espaldas,
llovía como su corazón.
No se entrenaba en cualquier amuleto:
parecía volver una y otra vez
sobre el mismo lienzo
que estelas de Marzo
parían en velos curvos.
Atardecía solo, en la avaricia,
Leía a Nitszche, decía.
Corría sin magos, sin cornetas.
De vez en cuando levantaba una piedra,
la ponía sobre la mesa,
estudiaba su rugor.
Dejaba caer al piso
la costumbre de saberse silueta,
no continuaba las pisadas:
volvía por la misma baldosa,
llamaba al destino "poder",
y no merecía una catástrofe:
él era su causa.
Parecía un delfín cubierto de polvo,
como tomaba las copas
así se tomaba el mando,
y la destreza que alzaban sus mapas
no alcanzaban a cubrir
los cientocincuentaycinco baúles
donde almacenaba la piedad.
Creía sentirse un santo,
a veces cazaba en shorts.
¿Cómo romper una cabeza?
había que llamarlo sin perecer,
dejaba al niño de lunas
sobre una manta sin piel,
y componía para los Nazis
una estrofa porque sí.
Soñaba que era vampiro,
jugaba al pesebre
sin Cristo,
sin Moisés.
más bien humillaba a la tristeza
y le venía corriendo el ruido
que siempre estallaba en su disfraz.
Era pacífico, súper amable,
solía esperar al ciervo
sin más silencio que una mirada,
pero luego de la tormenta
abrazaba a las praderas
como un juego de naipes sin marcar.
El azar lo volvía maldito,
recetaba analgésicos,
sólo en medidas grandes,
para que los muertos no estuvieran tan solos.
Abogaba la falsa maleza del suelo,
comía de los microbios,
olía a hueso sin espaldas,
llovía como su corazón.
No se entrenaba en cualquier amuleto:
parecía volver una y otra vez
sobre el mismo lienzo
que estelas de Marzo
parían en velos curvos.
Atardecía solo, en la avaricia,
Leía a Nitszche, decía.
Corría sin magos, sin cornetas.
De vez en cuando levantaba una piedra,
la ponía sobre la mesa,
estudiaba su rugor.
Dejaba caer al piso
la costumbre de saberse silueta,
no continuaba las pisadas:
volvía por la misma baldosa,
llamaba al destino "poder",
y no merecía una catástrofe:
él era su causa.
Parecía un delfín cubierto de polvo,
como tomaba las copas
así se tomaba el mando,
y la destreza que alzaban sus mapas
no alcanzaban a cubrir
los cientocincuentaycinco baúles
donde almacenaba la piedad.
Creía sentirse un santo,
a veces cazaba en shorts.
¿Cómo romper una cabeza?
había que llamarlo sin perecer,
dejaba al niño de lunas
sobre una manta sin piel,
y componía para los Nazis
una estrofa porque sí.
Soñaba que era vampiro,
jugaba al pesebre
sin Cristo,
sin Moisés.
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